miércoles, 21 de marzo de 2012

Siervo de la sociedad



Hay que advertir que si a un chico como éste, o como tantos otros, se lo presiona lo suficiente –y no hace falta hacerlo con malos modales, basta el normal apoyo en la necesidad de ser querido–, se logrará el objetivo de que aprenda las primeras letras. Lo que está en juego no es si lo consigue o no, sino cómo lo lleva a cabo, un cómo que no queda medido de un modo confiable por el rendimiento. Puede aprender algo, pero llevarlo como un cuerpo extraño durante toda la vida. De nosotros depende la delicadeza esencial de este asunto: el coeficiente de apropiación de algo que pasa a ser mi experiencia contra diversos grados de desapropiación, donde si hay propiedad, es la del mandato, la de un deseo del Otro que no trabaja plegándose a facilitar el mío; del Ideal en su función más alienante, destacada por Lacan cuando lo caracteriza como “siervo de la sociedad”.

Problemática nada simple, en tanto no se arregla con hacer el sujeto un feliz propietario de su deseo y de su experiencia, a la manera capitalista. Mi experiencia no es un objeto que poseo, del cual puedo exhibir título de propiedad; es una inflexión que produce un “mi” que no estaba ahí antes, que en términos genuinamente existenciales no existía (Véase, de Jean-Luc Nancy, La libertad).

Ricardo Rodulfo

Fragmento del artículo ¡Qué lindo es desordenar! publicado en Página/12



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