martes, 8 de diciembre de 2009

Compañeros de ruta

Sempé - ilustración para La historia del señor Sommer
de Patrick Süskind


Todos los días voy al trabajo y vuelvo caminando. Si bien a veces cambio el recorrido, por razones de tiempo y practicidad suele ser siempre más o menos el mismo, con leves variantes. Es curioso como cuando uno repite una misma trayectoria casi a la misma hora va cruzándose con algunas personas que terminan adquiriendo un aire familiar, de tanto encontrarlas.

Ni bien salgo, a un par de cuadras me cruzo con un tipo de unos 30 años que lleva o trae a su hijo del colegio. En una época lo llevaba siempre a upa, pero ahora que el pibe está crecido van de la mano. El tipo suele calzar siempre una gorra de béisbol o un gorro tejido, y suele llevar anteojos oscuros.

Dos cuadras más adelante, si voy de mano derecha, me cruzo con una nena que viene con su abuela del colegio. Sospecho que vuelven porque la nena camina contenta y displicente. La abuela invariablemente porta una cara de culo impresionante. No sé si le pesan los años, el tener que ir a buscar a la nieta, o algo más. No van conversando entre ellas.

Unas cuadras más adelante me suelo encontrar con una parejita de novios. También van o vienen del secundario. Deben tener unos 17 años. Llaman la atención porque los dos son muy altos. Ella es rellenita y va sonriendo. El es muy flaco y suele usar lentes oscuros. Ambos tienen el pelo muy negro y siempre van de la mano. Contagian esa felicidad típica de la edad en donde nada importa más que ellos mismos. Siempre que los veo me ponen de buen humor.

A la vuelta del trabajo, ya de noche, me cruzo con una mujer china. Debe tener unos treinta y pico, cuarenta años (aunque con los asiáticos es difícil saber). Viene cargada de bolsas, arrastrando un changuito, como si viniera de alguna feria o algo así. Cuando nos cruzamos me mira tímidamente como reconociéndome. Se la ve muy sola.

Un tema aparte son los que están en sus negocios y a veces echan una miradita cuando paso. Les debo marcar la hora.

Algunos ya no están.

Recuerdo siempre un chico muy alto y corpulento -por no decir macizo- que paseaba un perro ridículamente pequeño. Yo lo llamaba Gulliver y a lo largo de los años lo vi crecer y terminar el secundario. Quién sabe dónde andará ahora.

Hay algunos otros personajes que no los volví a ver. A algunos los extraño un poco, no sé por qué. Otros se asoman siempre y hacen que la caminata sea un poco más entretenida.

4 comentarios:

Ana Cristina dijo...

Me siento, como si fuera tu compañera de ruta. Estoy descubriendo tantas cosas nuevas, Marxe, que me siento una tonta adolescente. Sigamos juntos esta ruta, aunque tomemos caminos diferentes.

Te quiero. Un beso enorme, amigo.

Marxe dijo...

Siempre es bueno descubrir cosas nuevas. Es una señal de que uno mantiene cierta frescura a pesar del ruido al que nos tienen acostumbrados. Besos.

Veroka dijo...

Qué buena ilus!

Marxe dijo...

Un genio Sempé.